Xavier Querol, investigador de IDAEA-CSIC; José Luis Jiménez, investigador de la Universidad de Colorado-Boulder; y Jordi Sunyer, jefe del Programa de Infancia y Medio Ambiente de ISGlobal.
La contaminación atmosférica en las ciudades de gran parte del mundo está marcando mínimos históricos. Durante la epidemia de la COVID-19 y, debido a las medidas de confinamiento que estamos viviendo, la contaminación por dióxido de nitrógeno (NO2), uno de los principales contaminantes relacionados con el tráfico en las ciudades, ha bajado entre un 70% y un 80% en Barcelona desde el 21 de marzo, según datos de la Generalitat de Catalunya. Se estima que la disminución media en las principales ciudades de toda España podría ser del 64%, según un estudio de la Universitat Politècnica de València (UPV). En gran parte de las ciudades europeas y de todo el mundo también se está notando esta reducción, como en Londres que el NO2 ha disminuido aproximadamente un 40% o en Nueva York, con una disminución de cerca del 50% del monóxido de carbono (CO).
A pesar de que estos datos puedan parecer positivos, la calidad del aire es una carrera de fondo y un problema estructural. Aunque los niveles de contaminación atmosférica disminuyan durante unas semanas o meses, consideramos que una reducción temporal no tendrá un impacto sustancial para la salud.
Estos son nuestros argumentos:
1. Las crisis financieras nunca han traído mejoras en las políticas de calidad del aire y del clima
Por norma general, el final de una crisis financiera no suelen ir seguido de políticas beneficiosas para la calidad del aire y el clima –como se pudo comprobar también en la última crisis de 2008. Tenemos varios ejemplos en la historia reciente (española y europea) en que, con el argumento de la necesidad de salir de la crisis, se han implementado medidas que iban en detrimento de las políticas ambientales, presentadas como un freno o un límite a la recuperación económica.
El riesgo de esta crisis para el medio ambiente es que, una vez superada, «se debiliten» las políticas para combatir la contaminación atmosférica, mitigar el cambio climático o proteger los ecosistemas, entre otros. Con esto no nos referimos a que se modifiquen las actuales leyes, sino a que se relaje el desarrollo de políticas futuras.
En este sentido, la experiencia de la crisis económica de 2008 fue nefasta en la aplicación de los planes para introducir los niveles de protección de calidad del aire de la Organización Mundial de la Salud (OMS), recogidos en la Directiva 1999/30/CE. Esta ley preveía su aplicación para el 1 de enero de 2010, pero el proceso se fue retrasando hasta el año 2014, y entonces se decidió dilatar aún más hasta el 2020.
Otro ejemplo es el caso del “diéselgate”: no se afrontó adecuadamente este problema por miedo a perder ventas, que eran muy bajas por la crisis. Las políticas ambientales, a menudo, se ven afectadas por el miedo a poner trabas al crecimiento económico. Es comprensible, pero a veces estos miedos pueden producir errores garrafales.
Otro efecto de las crisis es el incremento de las emisiones durante la recuperación económica, como respuesta a un incremento de la producción y de la movilidad. Lo podemos ver ahora con la decisión en China de construir docenas de nuevas centrales de carbón en un plan de estímulo para su economía. Las apertura de estas plantas, que tendrían una capacidad mayor que todo el sector del carbón de Polonia, podrían suponer una de las mayores amenazas al recorte mundial de emisiones. Según Global Energy Monitor, impedirán cualquier intento por mantener la temperatura del planeta por debajo de los 2°C.
Además, cuando la la movilidad urbana se abra después del periodo de alarma, podría ser que se incremente el uso de vehículo privado frente al transporte público, debido al miedo al contagio en el segundo.
2. Es difícil diferenciar qué cifras disminuyen por la meteorología y cuáles por las medidas de la crisis
Efectivamente, bajando el nivel de actividad en transporte e industria, disminuyen los niveles de emisión de contaminantes como PM10, PM2.5, NOx, SO2 y CO, entre otros. Pero, ¿qué cantidad se reduce?
Se requieren estudios detallados porque la meteorología (lluvia, viento, radiación solar, intrusiones de polvo africano) ha afectado a los niveles de los contaminantes de manera diversa antes y durante el confinamiento. Por lo tanto, atribuir qué porcentaje de reducción se debe a la crisis o a la meteorología, o saber por qué las partículas PM10 y PM2,5 han disminuido menos de lo esperado, requiere de un análisis profundo.
3. Nuestra exposición a la contaminación cambia: del tráfico a nuestras casas
Además de lo expuesto, cabe esperar una reducción de la exposición personal a los contaminantes exteriores como NO2 por el simple hecho de no salir de casa y de no estar expuestos al tráfico urbano y a otras fuentes de contaminación atmosférica (industria, puerto, obras, etc.).
Pero, en el caso de otros contaminantes como las partículas ultrafinas o los compuestos orgánicos volátiles, el efecto puede ser inverso dependiendo de las condiciones del hogar: fumadores, cocinas, detergentes, etc. Es importante tenerlo en cuenta a la hora de reducir el problema solo a la contaminación atmosférica exterior. Un ejemplo es el uso de lejía para desinfección, que produce compuestos altamente tóxicos, y requiere precauciones en su uso.
4. La exposición a largo plazo a la contaminación atmosférica es la más dañina
La contaminación del aire tiene efectos agudos y a largo plazo sobre nuestra salud, pero los primeros son moderados en comparación con los impactos de la exposición a largo plazo.
Por ejemplo, los estudios muestran que las variaciones diarias en la contaminación resultan en un aumento del 1% en la mortalidad por cada 10 ug/m3 de partículas en suspensión (PM10). Por lo tanto, no parece probable que la reducción de la contaminación pueda tener a corto plazo un efecto beneficioso comparable en magnitud con los efectos negativos de la pandemia de COVID-19.
Sin embargo, los efectos de la contaminación atmosférica a largo plazo sobre el riesgo de enfermarse o morir son más graves: con el mismo aumento promedio de 10ug/m3 en las concentraciones de PM10 en el transcurso de un año, el riesgo de mortalidad aumenta hasta un 15%. Por otro lado, los efectos a largo plazo de la reducción de los niveles de contaminación del aire durante la epidemia de COVID–19 son impredecibles. La potencial disminución durante esta primavera tendría que ser sostenida en el tiempo para que pudiera reducir significativamente el número de muertes.
Y es probable, como comentábamos en el primer punto, que la premura por reactivar la economía al final de la crisis devuelva los niveles de contaminación del aire a registros como los anteriores al confinamiento o incluso superiores. En tal caso, en el promedio del año 2020, el efecto de disminuir la contaminación del aire durante la epidemia podría haber sido pequeño. Cuando nos referimos a la calidad del aire, es importante reducir la exposición de una persona, desde el feto hasta la tercera edad, se trata de vencer en una carrera de fondo, no en un sprint de 100 metros.
¿Qué podemos aprender de esta mejora temporal de calidad del aire?
La situación actual puede ser evaluada como un experimento positivo en cuanto al ozono (O3), ya que gran parte de la administración pública esgrime que no podemos actuar sobre él, y durante estos meses podríamos ver una reducción de sus niveles; así como para evaluar hasta donde es posible mejorar la calidad del aire en PM y NO2 y el impacto de las fuentes de emisión sobre la misma.
Sin duda alguna, también estamos aprendiendo que por motivos de salud se pueden hacer grandes intervenciones en las ciudades y que cambios que parecían imposibles se han producido en pocos días. Esto abre la posibilidad que tras el fin de la pandemia, se escoja una vía distinta a la esbozada más arriba, y que hayamos aprendido de lo sucedido. Y haya un cambio en las prioridades y el aire limpio en las ciudades aparezca como uno de los elementos centrales de los nuevos tiempos. Al fin y al cabo, la OMS estima que cada año mueren en el mundo siete millones de personas debido a la contaminación atmosférica. Muy probablemente más de las muertes que el COVID-19 deparará.
Aunque las experiencias de crisis anteriores no han sido esperanzadoras, esperamos esta vez cambiar esta tendencia y abogamos por salir de ella mejorando nuestra planeta: apostando por energías verdes y priorizando la salud de las personas ante amenazas que hace tiempo que la ciencia alerta como la emergencia climática o la contaminación atmosférica.
Al fin y al cabo, el origen de la pandemia en los mercados de animales en China tiene que ver con la caza furtiva, el maltrato animal y la misma actitud depredadora y antropocéntrica del hombre respeto a la naturaleza y a sus congéneres que las relacionadas con el origen de la contaminación del aire. Y las lecciones de esta pandemia deberían servir también para implementar las mejoras necesarias para conseguir ciudades con el aire limpio.
Este artículo ha sido publicado en el blog de IS Global.