La restauración del Dominio Público Hidráulico (DPH) es una oportunidad para recuperar el equilibrio ecológico de los ríos, mejorar la calidad del agua y reforzar la resiliencia frente a fenómenos extremos. Durante la fase de trabajo de CONAMA 2024, diversos profesionales destacaron el impulso creciente de políticas y proyectos de restauración, así como la necesidad de fortalecer la conexión de la sociedad con estos espacios naturales. Aunque en algunos casos surgen resistencias debido a la percepción de pérdida de usos tradicionales o patrimoniales, también existe una oportunidad única para transformar esta visión a través del conocimiento, la participación y la cultura.
La cultura, en sus múltiples expresiones, tiene un papel clave en este proceso. El arte y la comunicación pueden generar nuevas narrativas sobre los ríos, acercar la restauración del DPH a la ciudadanía y despertar una mayor conciencia sobre su valor ambiental y social. A pesar de los avances en este ámbito, muchos proyectos aún enfrentan desafíos para integrar estas herramientas, ya sea por falta de experiencia, recursos o estrategias adecuadas.
Desde su experiencia, Raúl de Tapia, biólogo, comunicador ambiental y director de la Fundación Tormes-EB, nos comparte su reflexión sobre cómo la restauración de los ríos puede convertirse en un proceso integrador. Conocido también como Raúl Alcanduerca, ha impulsado iniciativas que combinan naturaleza y cultura, como el libro Arboreto Sonoro o la iniciativa Arte Emboscado, que explora el potencial del arte para acercar el patrimonio natural a la sociedad. Su mirada nos ayuda a comprender cómo, más allá de la recuperación ecológica, estos proyectos pueden inspirar, transformar y fortalecer el vínculo entre las personas y su entorno.
¿Cuáles cree que son las principales razones detrás de esta resistencia y cómo se puede mejorar la percepción social sobre estos proyectos?
El sentimiento de propiedad sobre el Dominio Público Hidráulico (DPH) se debe, en gran medida, a dos razones: o bien se desconoce su naturaleza pública, o bien se realiza una interpretación interesada que apoya su uso privado. Muchas veces, las personas propietarias de fincas colindantes con ríos, arroyos, lagunas o embalses creen erróneamente que el terreno les pertenece, cuando en realidad forma parte del DPH, que está regulado por la Ley de Aguas.
Un aspecto clave es la zona de policía, que en el caso de los ríos puede extenderse hasta 100 metros desde el cauce ecológico. Sin embargo, delimitar con precisión estos espacios no siempre es fácil, ya que el proceso de deslinde—que define con exactitud los límites del DPH—requiere recursos, tiempo y voluntad política. El problema surge cuando los propietarios consideran que la restauración fluvial puede implicar una «pérdida» de terreno o de uso económico, cuando en realidad ese suelo siempre ha sido de titularidad pública.
Otro factor de resistencia es la mayor supervisión que conlleva la restauración. Cuando un río se recupera, implica la presencia de perfiles técnicos, guardas fluviales y entidades de custodia del territorio. Para quienes han utilizado estos espacios con libertad, esta mayor vigilancia resulta incómoda. Aquí es importante recalcar que el rechazo se da, sobre todo, entre quienes tienen una posición refractaria ante la normativa. La gente que respeta la regulación y trabaja con estos espacios de forma ordinaria no tiene este tipo de problemas.
En este sentido, resulta clave reflexionar sobre cómo mejorar la percepción social de estos proyectos, lo que pasa, en primer lugar, por ampliar el conocimiento sobre el Dominio Público Hidráulico y el significado de su restauración. La percepción del DPH está muy ligada al desconocimiento. Si la sociedad no entiende qué es ni qué implica su restauración, es fácil que lo rechace. Por eso, una de las claves es educar sobre su significado y su importancia.
Mejorar las riberas, en el caso de los ríos, permite crear caminos y senderos que la ciudadanía puede reconocer como un espacio público del que también se beneficia. No siempre es posible abrir estos entornos al público por su valor ecológico, pero en muchos casos sí. Cuando estos espacios se hacen accesibles, la gente los percibe como un bien de interés social, lo que contrasta con la visión privativa de quienes los han considerado propios.
Si la sociedad puede transitar y disfrutar del DPH, entiende mejor su valor y la necesidad de conservarlo. Un buen ejemplo son los caminos naturales promovidos por el Ministerio, que han permitido recuperar espacios fluviales degradados y hacerlos accesibles, cambiando la percepción de quienes los visitan.
¿Cree que la cultura puede ayudar a cambiar la percepción de la sociedad sobre el entorno natural y en específico sobre la restauración de ríos? ¿Conoce algún ejemplo exitoso?
Creo que es necesario que los proyectos de restauración del Dominio Público Hidráulico (DPH) se diseñen con una mirada abierta, es decir, considerando no solo la recuperación de sus valores hidrológicos y ecológicos, sino también cómo se comunican estos procesos a la sociedad. Es evidente que la restauración debe basarse en ciencia aplicada y en el conocimiento técnico más actualizado, pero además de esta base, hay otras capas en paralelo, como la comunicación y la forma en que se cuenta el proyecto.
Algunas restauraciones deben ser en un sentido estricto, porque es necesario recuperar ese patrimonio natural sin que tenga un uso público añadido más allá de los servicios ecosistémicos que proporciona. Sin embargo, en otros casos, estos espacios pueden tener fines paralelos, como permitir el tránsito público, el senderismo, la educación ambiental o el turismo de naturaleza. Si se restauran riberas transitables, se genera la oportunidad de que los ciudadanos puedan caminar por ellas y hacer uso de ese espacio.
Dentro de estos usos públicos, las disciplinas artísticas pueden jugar un papel fundamental para atraer público y hacer que esos lugares sean más visibles. Si en una ribera restaurada se colocan esculturas de un artista inspiradas en la naturaleza, muchas personas las visitarán. Y en ese contexto, se les puede explicar que ese espacio es Dominio Público Hidráulico, que ha sido restaurado y que posee valores dentro del patrimonio natural que es necesario conservar.
Las distintas disciplinas artísticas pueden atraer a mucho más público del que logran alcanzar las campañas de comunicación y educación ambiental. Es un hecho demostrado: el arte tiene una capacidad de transmisión inmediata y llega a sectores de la sociedad a los que el mundo ambiental no podría acceder por otros medios. Un artista, en muy pocos segundos y con una sola obra, es capaz de transmitir mensajes y generar emociones duraderas.
Un ejemplo claro lo vi en el puerto de Copenhague, donde había una escultura inmensa con forma de lavadora en la que se leía «Greenwashing». Me pareció impresionante cómo, con tan poco, se puede lanzar un mensaje tan potente, más aún al situarlo al pie del agua. Ese tipo de provocaciones artísticas hacen que el público se detenga, reflexione y se cuestione lo que está viendo. Hay personas que nunca asistirían a una conferencia o a un voluntariado ambiental, pero que sí se interesan por el arte. Y cuando una persona es sensible al arte, también puede abrirse a la naturaleza.
Desde su experiencia, ¿Qué estrategias pueden ayudar a los equipos técnicos a acercar estos proyectos a la sociedad? ¿existen desafíos que deban superar?
La estrategia fundamental para acercar los proyectos de restauración del DPH a la sociedad es la creación de equipos multidisciplinares. Aunque pueda parecer algo evidente, en la práctica, los equipos que llevan a cabo la restauración de riberas rara vez integran perfiles más allá de los técnicos habituales. Es fundamental que, además de ingenieros de caminos, forestales, agrícolas, biólogos o licenciados en ambientales, se incorporen sociólogos, psicólogos ambientales, comunicadores y artistas. Sé que esto puede parecer una «carta a los Reyes Magos» porque los presupuestos siempre son ajustados, pero donde se ha puesto en práctica ha dado buenos resultados. Un ejemplo es la Diputación de Salamanca, que está desarrollando proyectos estratégicos con equipos que incluyen funcionarios públicos, empresas privadas y ONGs.
El mundo de las artes tiene mucho que aportar en este proceso. Quizás en las primeras fases de restauración no sea necesario, pero en algún momento del proyecto es clave involucrar a artistas, pedagogos y especialistas en comunicación que no solo ayuden a contar el proyecto a la sociedad, sino que también aporten una parte de la solución. Por ejemplo, si en un espacio restaurado se incorpora una obra de Land Art, se puede crear un foco de visitas en una zona concreta con capacidad de carga, concentrando el uso público en ese punto y dejando el resto del espacio completamente destinado a la conservación.
Otro elemento clave es comprender bien lo que significa la participación pública. Muchas veces se confunde con la simple difusión de información, cuando en realidad son cosas diferentes. Un plan de información comunica un proyecto ya diseñado y permite que la sociedad opine sobre él, mientras que un plan de participación permite que la sociedad intervenga desde el principio en el diseño del proyecto. Esta diferencia es fundamental.
La participación siempre es compleja porque hay sectores de la sociedad que apoyan el proyecto y otros que lo rechazan, lo que puede ralentizar su avance. En muchos casos, estos proyectos se financian con fondos europeos y los plazos no siempre permiten procesos largos de participación. Sin embargo, la clave es que la sociedad esté informada y formada sobre el valor del DPH. Muchas veces, quienes realmente entienden estos proyectos son los propietarios afectados, mientras que quienes se beneficiarían de la restauración no reciben suficiente información.
Por eso, la comunicación debe trabajarse desde otra dimensión y con más intensidad. De nuevo, aquí las intervenciones artísticas juegan un papel importante, ya que pueden servir de punto de encuentro para la sociedad y facilitar la aceptación de estos proyectos. Al final, el gran reto siempre es que la sociedad entienda que restaurar un río es como restaurar una catedral o un puente histórico: es recuperar un patrimonio común, y como tal, es un patrimonio participado y propio.
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