María Novo, titular de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible y Catedrática Emérita de la UNED.
Este colapso del sistema global ha mostrado la vulnerabilidad de nuestras instituciones, ciudades y formas de vida. Hemos vivido ignorando la facilidad con la que los riesgos latentes se actualizan, expanden y multiplican. Ahora, dentro de un panorama complejo, es preciso vislumbrar y poner en valor los aprendizajes que estamos desarrollando. Porque así es como ha prosperado históricamente la especie humana: sobreponiéndose a las crisis mediante el aprendizaje colectivo y la cooperación creativa.
Necesitamos salir de esta situación y tenemos en principio dos opciones:
a) tratar de volver a lo de antes, a esa ‘normalidad’ que añoran algunos y que nunca había sido normal (no lo es vivir en un planeta esquilmado ecológicamente y tan desigual socialmente…).
b) Cambiar de paradigma a la hora de repensar nuestras instituciones y nuestras formas de vida. Cambiar es ya un imperativo estratégico, no solo ético, que está en la mente de gobernantes y ciudadanía.
En el supuesto de que aceptemos este segundo escenario, la pregunta inmediata es quién o quiénes tienen que hacer este viraje de rumbo. Y es evidente que ningún cambio propuesto o diseñado desde arriba prospera si no se enraíza en la mente y el corazón de la gente. Sabemos que no pueden hacerlo los gobiernos solos y los responsables de la economía, que es fundamental que sea inspirado y apoyado por la sociedad. Que fluyan la esperanza y la creatividad. Que creamos en nuestras fuerzas para reinventarnos.
Al parecer, tenemos datos para esa esperanza. En solo tres semanas, la consciencia sobre el cambio se ha generalizado. Hemos aprendido, forzados por las circunstancias, a vivir mejor con menos, a ser felices con los pequeños placeres, a compartir recursos con vecinos que no conocíamos… Hemos aprendido dónde están los verdaderos valores que no son, evidentemente, los que cotizan en bolsa.
Las condiciones para una transformación personal y colectiva nunca han sido mejores, sin embargo, los objetivos y las vías de acción están difusos. Entre nosotros existe una especie de consenso sobre la inviabilidad de las anteriores formas de vida. Pero… ¿Se ha llegado a establecer de forma generalizada un vínculo fuerte entre esta crisis y el estado del medio ambiente?
Aquí aparece un tercer escenario posible:
c) Aceptar que no podemos detener el salto hacia otro modelo de vida y que la sociedad que emerja de esta crisis será diferente. Para seguidamente preguntarnos: ¿Cuál debe ser la dirección del cambio? Ahí está, sin duda, la clave. Y la idea/brújula que puede señalarnos esa dirección es reconectar de nuevo con la naturaleza y tomar como criterio esencial el respeto a los límites del planeta.
En la línea de participación de la ciudadanía que estoy exponiendo, esto plantea la necesidad de generalizar la conciencia ambiental en el imaginario colectivo. Abordar una campaña intensiva, movilizando a los medios de comunicación y a las instituciones educativas (universidades, escuelas, centros de formación permanente de mayores…).
La receptividad está a flor de piel, pero es preciso que extendamos la consciencia de que somos seres ecodependientes e interdependientes, de que otros colapsos pueden seguir a este si no afrontamos de forma urgente problemas ecológicos como la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad y tantos otros. Es el momento de decirle la verdad a la gente.
Creo que, si adoptamos este tercer escenario, estaremos reforzando la capacidad de decisión y colaboración de la ciudadanía a un verdadero cambio de enfoques y conductas en el que, al fin, el mantenimiento de la vida recupere el centro de nuestras sociedades y todo lo demás, incluida la economía, gire en función de ella.
La gran difusión masiva de información y formación que ello implica requiere aportar criterios y valores que, someramente, podrían girar en torno a dos ejes básicos:
- En primer lugar, hacer en alto la pregunta clave que puede servir de catalizador de los cambios: ¿cuánto es suficiente? Esta pregunta afecta a la cantidad y calidad de todo lo que existe en nuestra sociedad. Es preciso que se la hagan los políticos con sus salarios, los empresarios con sus beneficios, la ciudadanía con sus demandas… Afecta a los modelos de producción y consumo, a los viajes que hacemos en avión y en coche privado, a lo que comemos, al modo en que organizamos el ocio y el trabajo… Y, cómo no, toca de lleno a los usos del tiempo, a las horas que usamos en producir y consumir y las que dedicamos a vivir y convivir.
- Extender el concepto de la sociedad como familia humana. Necesitamos volver a reconocernos como lo hemos hecho en estas semanas: compartiendo, colaborando con los más débiles, sin dejar a nadie atrás.
Felizmente, estas actitudes, si bien de modo difuso y a veces inconsciente, han dejado de ser una teoría. Ya están presentes y/o latentes en algunas prácticas generalizadas. Perderíamos una ocasión magnífica si no acertásemos a reorientarlas hacia nuestro comportamiento socioecológico, a la reducción de nuestros impactos sobre el planeta, al bien común.
Pudiera parecer que hablo de un escenario imposible. Pero no. Creo hablar de hacer algo oportuno en el momento oportuno. Difícil de llevar a cabo, desde luego, pero una opción que puede contribuir a evitar futuras catástrofes y a hacer viable nuestra especie sobre el planeta.
Como nos enseñó Viktor Frankl, cuando no podemos cambiar la situación, el reto es cambiarnos a nosotros mismos.