Las amenazas del calentamiento global están todavía más presentes en las islas, cuyas características geográficas y naturales las hacen especialmente vulnerables a impactos climáticos como el aumento de temperaturas, la variación en las precipitaciones o la subida del nivel del mar.
Por ello, Fundación Conama está trabajando en el proyecto Conexión insular para facilitar la adaptación al cambio climático, en el cual Conama sirve de puente entre las islas Baleares y las Canarias para favorecer el intercambio de experiencias de adaptación entre archipiélagos. Este proyecto cuenta con el apoyo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, a través de la Fundación Biodiversidad.
Algo que preocupa especialmente en ambos territorios insulares es la falta de agua. Así lo han expresado perfiles de personas muy distintos en los talleres participativos organizados por Conama en el marco de este proyecto. En Canarias, en concreto, este problema viene ya de principios del siglo XX, cuando los cultivos agrícolas, principalmente destinados a la exportación de tomate y plátano canario, terminaron por sobreexplotar los acuíferos, lo que dejó al archipiélago en una situación de escasez estructural de agua que todavía arrastra. Desde la década de los 70, con la llegada del turismo, se apostó por la desalación del agua de mar para abastecer a la población y a los establecimientos hoteleros. Así lo explica Gilberto Manuel Martel Rodríguez, especialista en gestión de agua del Instituto Tecnológico de Canarias y una de las personas que participó en el taller que tuvo lugar el 16 de octubre.
“Llegamos al siglo XXI en un escenario de cambio climático donde las precipitaciones son cada vez menores. Los acuíferos se empiezan a recuperar levemente porque han sido sustituidos, pero no son suficientes: las aguas son caras y muchas están contaminadas por la intrusión marina”, advierte este ingeniero.
La salinización de las aguas subterráneas por la intrusión marina es una de las consecuencias del aumento del nivel del mar, provocado por el derretimiento de los glaciares y la expansión térmica del agua de mar, impactos directos del calentamiento global.
Y, en paralelo, el aumento de temperaturas medias que ya se está produciendo a causa del cambio climático favorece la evaporación del agua en el suelo, lo que junto con las sequías más frecuentes y prolongadas compromete la producción agrícola de las próximas décadas.
Para hacer frente a todas estas amenazas, el Instituto Tecnológico de Canarias lidera un proyecto de adaptación al nuevo panorama de estrés hídrico, el proyecto Adaptares. Esta iniciativa de cooperación internacional, que trabaja en las islas Canarias, Cabo Verde y Madeira (Macaronesia), trata de movilizar el uso de las aguas depuradas, regeneradas, ya que “todavía hay mucho margen para aprovechar estas aguas”, asegura Martel Rodríguez. “En Gran Canaria, que es la isla más desarrollada en cuanto a depuración, tenemos un nivel de reutilización del agua del 30% sobre las aguas que se depuran, que son un 70% del total”. Esa agua que se reutiliza se usa, principalmente, en el riego agrícola, parques y jardines, campos de golf y otras zonas verdes.
El plan de los 16 socios que forman parte de Adaptares —entre los que se encuentran instituciones públicas y entidades privadas sin ánimo de lucro— es impulsar soluciones tecnológicas, como por ejemplo sistemas de riego enterrado, que sirvan para dar nuevos usos a las aguas regeneradas y que sean asequibles en todos los territorios, incluso los que cuentan con menos recursos o con una tecnología menos sofisticada.
El riego enterrado consiste en vías que suministran agua a los cultivos a 15 centímetros de profundidad. Así se reduce el consumo de agua y se evita la evaporación, algo especialmente relevante en un contexto de cambio climático en que “un incremento de temperaturas medias se traduce en un aumento en las tasas de evaporación del agua del suelo”, afirma el experto.
Además, añade, el riego enterrado tiene la ventaja de que «el agua nunca va a estar en contacto con el producto que será consumido, con lo cual minimizamos los riesgos de posible contaminación cruzada entre el agua regenerada y el producto”. Aunque la tecnología en Canarias es suficientemente sofisticada como para que el agua depurada tenga una calidad óptima para su consumo, Martel Rodríguez explica que “al trasladar este concepto de las aguas regeneradas a Cabo Verde, donde los controles analíticos no son tan exhaustivos y el desarrollo tecnológico no está tan avanzado, tenemos que poner elementos de mayor seguridad. Introducir el riego enterrado reduce aún más el riesgo”.
Foto: La Caldera de los Marteles, en Gran Canaria, un antiguo cráter ideal para el cultivo por la fertilidad de la tierra. Flickr / Guillén Pérez