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Una oportunidad para cambiar

Miguel Delibes de Castro es biólogo y escritor. Dirigió la Estación Biológica de Doñana de 1988 a 1996.


 

La pandemia de Covid-19 y la dramática situación que, como consecuencia, vivimos cientos de millones de personas, es sin duda un asunto ambiental, pues todo lo humano lo es. Cuando una especie, como ocurre a la nuestra,  monopoliza más de la mitad de la capacidad de la Biosfera para generar recursos y descomponer residuos, todo cuanto le afecte tiene una dimensión ambiental innegable. Pero juzgo excesiva la insistencia de algunos colegas en que un mejor trato a la naturaleza nos hubiera evitado esta crisis.

Se cuenta que mediado el siglo XVIII el Duque de Medina Sidonia preguntó a su confesor y consejero, el ilustrado Padre Sarmiento, si la disminución de atunes capturados en las almadrabas podría deberse a su tal vez escasa generosidad en la limosna. La respuesta del cura, que bien podía haber aprovechado la ocasión para reclamar mayores diezmos, me parece ejemplar: “No creo esa causa, pues para ser phísica es ninguna; y para ser moral es corta”. Como ambientalista, pienso algo parecido en el tema que nos ocupa. Sin duda, existe una relación difusa, difícil de aquilatar, entre la irrupción del SARS-Cov-2 y el menoscabo de la biodiversidad, la destrucción de los hábitats y el calentamiento del globo. Pero, por grave que sea. y lo es. esta pandemia, se antoja un corto castigo para el trato que damos a la Tierra. Si no corregimos más pronto que tarde nuestra forma de usar el entorno debemos prepararnos para situaciones bastante peores.

Ocurre que el deterioro del medio ambiente global es el marco en el que se desarrollan nuestras vidas, y por tanto cabe invocarlo, justificadamente, ante cualquier adversidad. Inundaciones, mareas negras, hambrunas, migraciones forzadas, guerras, y por supuesto nuevas enfermedades, tienen que ver con el pobre estado del planeta. Pero a la hora de encontrar remedios puede ser útil recordar, asimismo, factores más cercanos. Jared Diamond nos enseñó en Armas, gérmenes y acero que con la revolución neolítica metimos a los animales en nuestras casas, domesticándolos, y sus microbios nocivos pasaron a ser los nuestros (a lo largo de miles de años, por cierto). En el último medio siglo, entre 4.000 y 8.000 millones de personas vivas (en cada instante) hemos asaltado a gran escala hasta el último rincón de la casa de los animales silvestres (transportándolos, comprándolos, comiéndolos o dándoles de comer), y otra vez sus males pasan a nosotros. Las enfermedades emergentes se multiplican y, dada nuestra incesante movilidad, se extienden con más rapidez que nunca.

Es fácil pedir respeto a la integridad de los ecosistemas naturales, pero difícil lograrlo cuando somos tantos y precisamos tantas cosas. Volvemos con ello a la cuestión de fondo. Somos demasiados humanos consumiendo demasiado, estamos exigiendo al Sistema Tierra más de lo que puede dar. Esto no es solo un problema ambiental, sino la raíz de todos los problemas ambientales. Y también, no lo olvidemos, un problema social, económico, político, jurídico, incluso cultural, moral y religioso.

Sinceramente, creo que hay argumentos mucho mejores que la Covid-19 para reclamar la conservación de la naturaleza. Pero pienso que podemos aprovechar la oportunidad que se nos ofrece, tras haberle visto las orejas al lobo (¡no somos todopoderosos!) y haber tenido tiempo de pensar. Me gustaría que saliéramos de ésta con la idea de que puede hacerse, de que podemos cambiar la forma de relacionarnos con nuestro derredor. Que cambiáramos de actitud.

Quizás el confinamiento nos haya enseñado que no es necesario viajar tanto, ni consumir productos que vienen de muy lejos, ni comprar cosas que no nos hacen falta, ni hollar cada rincón de la aldea global en un turismo enloquecido, cuando existen hermosas aldeas locales… También, que mientras el resto de ciudadanos del mundo no tengan la educación y las oportunidades que tenemos nosotros, estas cosas seguirán ocurriendo. Pero no soy optimista: lo más sencillo habría sido habituarnos a luchar unidos por importantes y evidentes objetivos de todos, sea parar pandemias o defender el ambiente común, pero solo la ciencia lo ha hecho. Lamentablemente, estamos suspendiendo el examen de la colaboración entre distintos de una forma incluso obscena.

¿Y a más corto plazo? Me conformo con dos peticiones: que desaparezcan los grandes mercados de animales salvajes, singularmente mamíferos y aves, y que busquemos una fórmula para reciclar los miles de millones de guantes y mascarillas que en todo el mundo tiramos cada día y que muy pronto colmarán nuestros basureros, ríos y mares.